lunes, 18 de abril de 2011

En el Chaco Chico


II

Ustedes se preguntarán ¿Qué hay luego de la General paz? Y la respuesta es un hermoso basural lleno de perros simpáticos, gallinas y los niños más bellos con los rostros de tierra. Los abuelos de Lucas tenían una quinta ahí, una quinta de esas dónde se cultivan repollos y lechugas, no hablo de esas quintas de techos de tejas y piletas cristalinas dónde una rubia planea ser una tostada rebozada.

Ambos sabíamos que esto era la locura más grande que íbamos a hacer en nuestras vidas, incluso si algún día planeábamos fugarnos al áfrica desnudos en el lomo de un burro, nada podría compararse con mi suicidio de cotillón. Era la excitación más grande que había experimentado, pero hubo pequeños segundos en dónde sentí una pena gigantesca. Pensaba en mis gatos, Pan y Milonguita, sentados en la escalera de la casa dónde había estado viva, uno en el primer escalón y el otro unos escalones más abajo, mirando la puerta y atentos a cada sonido. Para mis gatos cada sonido podría ser yo, pero ahora resultaba el viento una especie de simulacro de mi llegada.

Lucas no estaba loco, no le importaban mucho las cuestiones morales y sobre todo “morales y de la familia”, es bastante paradójico ¿no?...digo, para un médico, pero él no era un médico común, él era un niño que sabía medicina. Sus promedios eran altísimos, su belleza espesa, pura y directa como un francés circense, esos que no te alcanzan los metros para medirles las piernas y unos resortes castaños en la cabeza, sin peinar.

Él venía detrás de mí, caminábamos por el sendero que llevaba a la casa. A lo lejos se veía una vieja casona, enorme, con unas ventanas grandísimas, las puertas parecían hechas para un gigante. Veníamos trayendo un silencio muy cómodo hasta que una afirmación un poco burlesca lo rompió:

-Estás puertas son el triple de tu tamaño, parecés una artesanía de Bariloche, esos enanos deformes que venden por todos lados- me dijo con una mueca muy graciosa, supongo que creyó que aquello iba a animarme, pero no lo necesitaba.

-Voy a precisar de mis gatos- le conteste con mi cara de Lolita –o al menos necesito un informe detallado de cada movimiento que ejecuten durante el día - estaba bastante precipitada.

-Vamos a dibujar unos ojos de gatos y los vamos a pegar en la cocina ¿Qué decís?- Lucas hablaba como un sueño, estar con él es básicamente como estar soñando –y no te preocupes, te traigo el informe detallado, en un folio impecable- agregó rápidamente mientras abría las puertas y la casa me saludó.

Pronto me mostró todas las instalaciones, estaba impecable, sus abuelos no venían nunca, pero él siempre volvía del hospital y leía a Kafka sentado en el sillón dónde hoy me recostaría a pensar en mis gatos e imaginarme cómo iba a divertirme de aquí en adelante ahora que estaba muerta.

Lucas se sentó en la mesa del comedor (un comedor enorme) y sacó un bloc de hojitas amarillas con pegatina detrás, una birome azul, despegó todas las pegatinas y dibujó unos ojos ovalados y felinos, grandes como los de Milonguita, pero nada bellos comparados a los verdaderos. Cuando terminó trajo todas las hojitas a la cocina y mientras yo guardaba un jugo de naranja y leche descremada en la heladera, él llenó de ojos por todas las paredes y yo sonreía desplegadamente.

-Tengo que irme, a las seis tengo una cirugía, llamame, a la hora que sea…a la hora que quieras, te traigo un gatito- soltó esa última frase y me enmudeció el rostro entero con una sonrisa.

Salió casi corriendo de la casa y cuando azotó la puerta, sentía como mi nuevo hogar me comía poco a poco, me comía con una soledad hambrienta, casi había olvidado porque estaba ahí y estuve al borde de llamar a mis amigas para que pintemos las paredes con algunas caras de gusanos mutantes o abrir esos vinos de aspecto millonario que había es una pequeña bodega muy fresca debajo de la cocina. Me senté en el sillón, miré los cuadros (horribles), olí un poco una extraña brisa que entraba desde el fondo de la casa, una brisa sabrosa por cierto, miré por las ventanas que daban a la quinta dónde crecían unos repollos enormes, cuando de pronto de las cabezas abiertas de los repollos, visualicé a un niño, un niño que los pisaba y corría hacia la ventana cuando me vio observarlo.



v.

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