jueves, 7 de abril de 2011

Capitulo Primero.

I

Si de pronto me encontrara conviviendo con alguien, bajo cualquiera de aquellas circunstancias límites que te obligan a hacerlo (puede que sea la falta de dinero o un miedo irracional a los ladrones o niñas diabólicas) seguramente mi compañero quisiera abrirme cual si fuese un pollo o un cerdo de navidad. En navidad me ocurre algo muy parecido con mis primas, unas mamushkas preciosas que le dan a la lengua del español, sobre botas y tapados originales. Como ningunas otras en esta tierra sus lenguas deben ser el músculo más ejercitado de su cuerpo, pero no prueban un bocado, creen que es finísimo no comer, como mi mamá, que corta un tomate al medio, le pone orégano y una rodaja de queso enrollada como un cadáver de la segunda guerra mundial(cuando pudieron cubrirlos con algo, claro).

A lo que iba, no creo que a nadie le apetezca vivir conmigo, soy demasiado limpia para mi edad y no tolero ni las arrugas en los sillones ni las alfombras con cenizas. Mis amigas me odian por eso y por miles de detalles más, pero yo las amo profundamente y la única razón de aquella profundidad es que cada una de ellas es sinceramente inigualable y no han pretendido simular ninguna apariencia artificial o de la televisión, solo se han ocupado de ser ellas mismas y eso es lo que me agrada de los seres humanos que permito que me rodeen, que al contrario de mi son irrepetibles y llenos de pureza, yo en cambio me dedico a montar personajes, uno por día según mi estado de ánimo y cuando estoy preparada puede ser que lo haga varias veces en el día, no es que sea una farsante ni nada por el estilo, lo hago para sobrevivir del resto, digamos, he probado con la vida espiritual y la tolerancia y no es que sea intolerante, no, todo lo contrario, puedo amarlo con locura incluso a usted, que no lo conozco. La razón es porque me aburren, los seres humanos cuando uno no logra conocerlos en profundidad a veces (casi siempre) aburren.

Un día, en otoño, decidí irme a vivir sola, dónde planearía mis personajes y podría tomarme seis ibuprofenos si se me apeteciese cuando aparecen mis jaquecas imperiales. Pero para no lidiar con compañeros de habitación me suicidé...bueno, es decir...tuve que aparentar que había muerto. Todos lo creían menos mi abuela y Lucas.

En una de mis reuniones con el grupo Del Gorrión (un grupo de auto ayuda, que terminó en un rejunte de narcóticos), Lucas, que era médico, nos contó cómo podríamos simular una muerte, una simulación que duraría 5 horas, lo suficiente para que lleven a cabo todo lo que especifiqué en la nota de adiós:

Mamá y papá: me tuve que matar porque necesitaba saber unas cosas de la muerte antes de que me pase naturalmente. No quiero funeral ni entierro, me tomé tantas pastillas que seguramente empezaré a vomitar en medio del velatorio y todos tendrán un recuerdo muy poco fino de mí, por eso, busquen unas bolsas grandes y tírenme a la Setúbal cuanto antes, tampoco quiero médicos, pero si sus instintos de padres los obligaran hablen con Lucas, 4567891.

Los amo.


(continuará)


Venus.

1 comentario:

  1. Un aplauso para mi mamá y mi papá que leyeron el cuento, se asustaron y llamaron al número! jaja.

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